Por Gabriela Lemus, Directora Ejecutiva de Maryland Latinos Unidos

Los tiempos cambian, y también lo hacen nuestras costumbres y valores sociales. En el siglo XXI, se ha convertido en un estándar aceptar a las personas tal como son, especialmente en las sociedades liberales industrializadas como la de los Estados Unidos. Sin embargo, también hay presiones para revertir los cambios positivos y regresar a normas anteriores, incluso cuando esas normas eran perjudiciales para la mayoría. En este momento, Estados Unidos está viviendo uno de esos períodos.

Una minoría de alrededor del 30-35% con el apoyo de la Corte Suprema de los EE. UU. ha decidido por la mayoría que el sistema debe volver a “los buenos viejos tiempos” que no eran tan buenos, cuando las mujeres y las personas de color eran ciudadanos de segunda clase, cuando la comunidad LGBTQ tenía que esconderse en el clóset junto con personas que también veían el mundo de manera diferente, ya sea política, social o espiritualmente. Paso a paso, estamos viendo cómo se revierten los derechos que se han mantenido durante más de 50 años y las leyes establecidas para proteger a las comunidades y consagrar sus garantías.

En los últimos 10 años hemos sido testigos de decisiones judiciales que erosionan la Ley de Derechos Electorales de 1964; y, más recientemente, que amplían los derechos de portación de armas, reducen los controles sobre el abuso policial al eliminar la rendición de cuentas garantizada por los Derechos Miranda y limitan la autonomía de las mujeres al anular Roe v. Wade, obligando a innumerables mujeres a permanecer embarazadas y a tener hijos en contra de su voluntad. Todas estas decisiones han ampliado la brecha entre las garantías contenidas en la Declaración de Derechos, la Constitución y la capacidad de la gente para hacer que los funcionarios del gobierno rindan cuentas. ¿Qué significa eso para los latinoamericanos que viven en los Estados Unidos?

Esta no es la primera vez que Estados Unidos ha tenido que luchar contra las tendencias racistas, misóginas y fóbicas. Solo hay que mirar la historia: desde el fracaso en apoyar los logros políticos de la Reconstrucción hasta la presidencia mucho más reciente de Donald Trump, que desató una serie de acontecimientos que nos han traído hasta donde estamos hoy. Combinado con una pandemia de dos años y medio, el país y el mundo están patas para arriba. La aceptación abierta del nacionalismo cristiano blanco radical y el uso de la población como un arma masiva ha abierto la puerta actitudes que potencialmente nos ponen en peligro a todos, creando el escenario para más y más violencia. La progresiva normalización de sucesos extremos como los del 6 de enero de 2020 demuestra que nuestra democracia es vulnerable. Nuestra sociedad es vulnerable.

Mientras analizo lo que ha funcionado hasta ahora y lo que no ha funcionado para la comunidad latina, estoy cada vez más convencida de que, como latinos que vivimos en los Estados Unidos, debemos dar un paso al frente, especialmente cuando es difícil sentirse patriota en un país que no parece mostrar respeto de vuelta. Tenemos que desempeñar un papel importante en las decisiones que se toman sobre nuestras vidas, incluido quién y cómo se toman esas decisiones. Las masacres de El Paso y Uvalde nos mostraron que, como comunidad, estamos, literalmente, en la mira. Pero también lo están todas las mujeres, los afroamericanos, los asiáticos, la comunidad LGBTQ, las personas con discapacidad, los nativos americanos, los musulmanes, la comunidad judía, etc.

Las decisiones recientes de la Corte Suprema que van desde los derechos de los inmigrantes hasta las armas y la autonomía de las mujeres han aumentado nuestra vulnerabilidad colectiva. Sin embargo, cuando se trata de elecciones, aunque los latinos se registran en grandes cantidades, no asistimos de manera constante para votar. De hecho, nuestros números son bajos. La esperanza es que despertemos y comencemos a articularnos para asegurar que nuestras voces se escuchen. Los latinos somos los únicos que podemos convertir esa esperanza sobre nosotros mismos en acción.

Esta no es la primera vez que nosotros, los latinos, nos mantenemos agachados mientras Estados Unidos atraviesa sus cambios sociales y económicos. Generaciones de latinos lo han vivido repetidamente. Lo vimos por primera vez cuando México fue despojado de gran parte de su territorio. Lo vimos cuando el Tratado de Guadalupe Hidalgo no se cumplió realmente, obligando a las personas a las que se les habían garantizado ciertos derechos a renunciar a ellos. Lo vimos cuando la isla de Puerto Rico fue convertida en colonia, y hoy no es ni estado ni país. Lo vimos cuando la repatriación mexicana entre 1929 y 1939 de mexicanos y ciudadanos estadounidenses de origen mexicano a México durante la Gran Depresión: las estimaciones de cuántos fueron repatriados oscilan entre 355 mil y 1 millón de personas. Lo vimos durante los disturbios de Zoot Suit y el surgimiento del movimiento chicano que exigió que el mundo “nos mirara” porque nos negamos a ser invisibles. Una vez más, debemos demostrar que somos tan “americanos” como la salsa, el condimento número uno vendido en los Estados Unidos. Los latinos somos expertos en luchar contra la opresión en los Estados Unidos mientras que al mismo nos usan como chivos expiatorios durante los períodos de crisis económica y los momentos de conflictos sociales radicales.

Hoy también nos enfrentamos a un momento así, y hay mucho en juego porque tenemos más que perder. Muchos de nosotros hemos huido de países donde la violencia, el conflicto y la opresión eran la norma. Huimos de países donde la riqueza estaba concentrada en manos de unos pocos. Huimos de países donde la sequía y otros desastres naturales destruyeron nuestras cosechas y nos impidieron alimentar a nuestras familias. Huimos de países que querían encarcelarnos o incluso matarnos por no cumplir con alguna “norma” sexual o por manifestarnos contra una tiranía, a favor de un sistema económico y político más equilibrado. Y todos huimos a los Estados Unidos, la mitológica “Tierra de las Oportunidades”.

Este proceso migratorio ocurre desde hace siglos, el ir y venir entre lugar y cultura. Hemos ayudado a construir este país con nuestras habilidades y nuestra incansable ética de trabajo. Literalmente alimentamos a la nación y por lo tanto alimentamos al mundo. Hemos tenido hijos en este país y los criamos como estadounidenses. Hemos hecho todo lo posible para aprender el idioma y ser parte de esta nación. Hemos contribuido a través de nuestra inteligencia, nuestras hermosas culturas y nuestros sueños americanos.

Sin embargo, las fuerzas que desean revertir los valores y las leyes que permiten que esta nación funcione con los principios de igualdad, equidad y justicia para todos, nos están devolviendo con éxito a una época en la que unos pocos elegidos eran los únicos en control. Como entonces, ese selecto grupo no está dispuesto a compartir la riqueza y la igualdad social, y mucho menos está dispuesto a reconocer que “nosotros, la gente”, que incluye a los latinos, ayudamos a crear este país, y por lo tanto merecemos una porción equitativa. Y cualquiera que crea que esta realidad no le afecta debe pensar con cuidado, porque aquellos individuos que valoran la Segunda Enmienda por encima de todo, se están armando hasta los dientes: en este momento hay más armas que personas en el país y la mayoría de esas personas pueden llevarlas y usarlas.

“Nosotros, la gente” incluye a todas las personas, no solo a unos pocos que desean decidir a quién representa ese “nosotros”. Esto significa que quienes residimos aquí, tenemos la responsabilidad de pensar sobre estos temas con cuidado. Los asuntos cotidianos que afectan a nuestra comunidad también son relevantes. Pero nuestros problemas no importarán si los latinos no alzamos la voz para participar, organizarnos y votar. En años pasado nos han prometido muchas cosas, y muchas de esas promesas se han roto. Es comprensible que sintamos frustración, pero depende de “nosotros, la gente” hablar y abogar en nuestro propio beneficio, responsabilizar a quienes toman decisiones en nuestro nombre y también a quienes nos dañan. ¡Juntos podemos más! ¡Juntos logramos más!